Durante los últimos compases de la Segunda Guerra Mundial, el 28 de abril de 1945, el dictador italiano Benito Mussolini fue capturado por un grupo de partisanos cuando ejecutaba su huida y fusilado junto a su amante, Clara Petacci. Los cadáveres fueron transportados hasta Milán en camión, y luego conducidos a la Plaza Loreto, donde la multitud golpeó los cuerpos hasta desfigurarlos, para luego colgarlos boca abajo en una gasolinera.
Un día más tarde la información llegó a un régimen nazi que se veía acorralado por el ejército soviético, y finalmente el 30 de abril, Adolf Hitler se suicidó en el Führerbunker junto a Eva Braun, dejando previamente claras indicaciones a su entorno más cercano de cómo debían ser incinerados sus cadáveres para no correr la misma suerte que su homólogo italiano.
Una relación complicada
Si bien tanto Mussolini como Hitler tuvieron en sus respectivos países una trayectoria que discurrió de manera paralela, ambos mantuvieron una extraña relación que suscitó enormes recelos entre ambos. Mussolini había tomado el poder el 31 de octubre de 1922, aupado gracias a la presión social infundida principalmente por los camisas negras, y presentado como el único regulador posible del orden social.El propio Mussolini se vio a sí mismo durante años como un modelo a seguir para el resto de movimientos fascistas europeos.
En este contexto, Adolf Hitler no llegó al poder en Alemania hasta el 30 de enero de 1933, y durante los años previos a su ascenso, había proclamado de manera pública su profunda admiración por Mussolini. No obstante, la opinión del Duce respecto a Hitler no era favorable, ya que desde su inicial posición de poder le visualizaba como un mero radical exaltado del que se negaba a reconocer su relevancia.
Esta falta de reconocimiento, unido a otra serie de menosprecios por parte de la Italia fascista, como la indiferencia que mostró Mussolini cuando la Alemania nazi trató de acercar posturas y buscar su apoyo, abrieron en el orgullo de Hitler una profunda herida.
Primera cita
El primer encuentro que se produjo entre ambos tuvo lugar a petición de Hitler en Venecia, en junio de 1934, dando el pistoletazo a una serie de nueve encuentros totales que concluirían en julio del 43. Durante esta primera toma de contacto, Mussolini decidió prescindir de traductor, pero su parcial dominio del alemán dio lugar a algunas confusiones y malentendidos. Aunque el motivo del encuentro era que ambos países fortalecieran sus lazos, las fuertes personalidades que tenían hicieron que se produjera un choque de egos.
Tan solo algunas semanas después de este encuentro, los nazis austriacos, apoyados por la SS, intentaron dar un golpe de Estado que terminó con el asesinato del canciller de Austria, Engelbert Dollfuss, íntimo colaborador del Duce. Este movimiento del Tercer Reich hizo que Mussolini desatara su furia y enviara al ejército italiano a la frontera con Austria en una demostración de músculo militar, amenazando con intervenir si Alemania planeaba invadir el país. Finalmente Hitler optó por desmarcarse públicamente del asesinato de Dollfuss, pero para entonces las relaciones entre Italia y Alemania habían sufrido una enorme tensión.
Otro de los focos que supuso grandes tiranteces entre ambos dictadores fue la cuestión racial. Aunque ambos compartían una visión totalitaria y anticomunista, para la Alemania nazi el antisemitismo o la pureza de la raza biológica eran algunos de los pilares centrales de su discurso. Por el contrario, Mussolini no entraba tanto en cuestiones raciales, dándole a su discurso un enfoque más cultural y nacionalista. Esto cambió en 1938, cuando debido a las presiones de Hitler, el Duce firmó las leyes raciales fascistas, de marcado carácter antisemita, algo que el propio Mussolini tuvo que aceptar más por conveniencia política que por convicción ideológica.
A medida que el Tercer Reich se convertía en una superpotencia y una amenaza para las democracias europeas, Mussolini comenzó a experimentar una enorme envidia y un complejo de inferioridad hacia el propio Hitler. Tras la invasión de Polonia y el estallido de la Segunda Guerra Mundial, la Italia fascista se vio obligada a seguir los pasos de Hitler para no quedar fuera del tablero geopolítico.
Durante el conflicto bélico, las diferentes posturas expansionistas de cada país y alimentaron si cabe más las tensiones, pero los continuos fracasos militares italianos, unidos a la incesante necesidad de ayuda por parte de la Alemania nazi, hizo que Mussolini fuera relegado a una posición de irrelevancia y visto por sus contendientes como un subordinado de Hitler.
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